Runaq desarrolla en centro poblado de esta provincia ancashina una iniciativa productiva que revalora el rol de la mujer en el campo. Las caléndulas de la zona son de alta calidad y tienen una importante demanda de diferentes marcas ecológicas así como de fabricantes productos tan diversos como galletas hasta talcos.
(Agraria.pe) El trabajo de las mujeres en el campo puede ser tan importante como el de los hombres y sin embargo ha sido durante mucho tiempo invisibilizado. Contra esta realidad, Yulissa Boeren, cofundadora de Runaq, empresa dedicada a la producción y comercialización de diversos productos naturales, emprendió una interesante experiencia en la Escuela Chaupin, una entidad educativa intercultural (ofrece sus servicios en quechua y español a unos 40 niños) ubicada en el centro poblado Baños de La Merced, provincia de Carhuaz (Áncash).
Allí, donde las actividades económicas han estado lideradas tradicionalmente por los hombres, desde el año pasado se están articulando los esfuerzos de un grupo de madres de familia (todas quechuahablantes) para organizar el cultivo de flores de caléndulas que les permitan generar sus propios ingresos. Este acompañamiento se da cuidando aspectos cruciales del negocio, como que los cultivos no estén cerca de aquellos que usan agroquímicos y que obtengan precios que sean favorables.
“Iniciamos el proyecto con 11 madres y ahora abastecemos a otras marcas ecológicas como ‘La Libelula’, ‘Misha Rastera’, o a personas que compran al por mayor, para hacer galletas y otros productos (que van desde la pasta dental hasta el talco para pies). Para estas madres de familia se ha generado un ingreso adicional importante y también para la escuela que presta un salón para el secado, así como un monto para una profesora que asume la coordinación. Desde Runaq es un proyecto asumido por mí que soy mujer, desde la escuela con la profesora y desde la parte productiva por las madres; es un proyecto llevado a cabo netamente por mujeres”, resalta Yulissa.
Destaca además que la caléndula tiene muy buenas propiedades desinflamantes y se usa bastante en cosmética natural alrededor del mundo, a pesar de lo cual en Perú hay poca producción. En la zona de Carhuaz donde desarrollan el proyecto, factores como la altura y la temperatura crean el entorno perfecto para el cultivo, cuyas flores surgen con un tono amarillo vibrante distintivo. “Quienes nos han comprado las flores están contentos con esta calidad, y está el plus de saber que viene de una cadena responsable, justa, trabajada por mujeres y que siempre está la opción de visitar la escuela, conocer a las mamás y ver sus parcelas”, detalla.
Actualmente se trabaja con 11 mujeres en pequeñas parcelas, con las cuales el año pasado se logró reunir 12 kilos de caléndula. Para este año se proyecta lograr el doble de esa producción.
Desde luego, una iniciativa de este tipo no ha sido fácil de llevar adelante y sostener. En principio se tuvo que lidiar con la desconfianza y el miedo del grupo a tomar riesgos, ya que es tradicional que en el ámbito agrícola el productor sea el que lleve todas las de perder. Por ello, la empresa se encargó de proveerles las semillas y los almácigos, así como las bandejas de secado para la escuela. Fue a partir de los resultados que se pudo afianzar el trato con la comunidad y luego tomar decisiones ya propias de negocio como que por cada kilo vendido se destinaran 10 soles a un pequeño fondo para comprar más bandejas o para gastos de transporte. Fue fundamental incidir en valores de trabajo en grupo, la solidaridad y la justicia.
Otro aspecto con el que se tuvo que andar con mucho tacto fue el tema de los pagos, ya que cuando se empezó a distribuir el dinero entre las beneficiarias fueron los esposos quienes aparecieron con la intención de cobrar. A través de la profesora se tuvo que explicar en cada caso que la empresa había pedido que el pago se haga exclusivamente a las mujeres, lo cual se encontró con algunas actitudes un poco reacias que luego fueron amainando.
Yulissa Boeren reflexiona que esto es parte de sesgo cultural machista muy arraigado, especialmente en las comunidades rurales, donde muchas veces se ven casos de mujeres a las que no se les permite ni si quiera tomar la palabra. A esto se suman realidades que imposibilitan el cambio como el analfabetismo o el mismo hecho de ser quechuahablantes y las relaciones de poder. Sin embargo, poco a poco, con experiencias integrales como la de la Escuela Chaupin, el trabajo de las mujeres en el campo empezará resplandecer como las hermosas caléndulas que se mecen en las alturas de Carhuaz.